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antiago Azurdia era un joven común, de
complexión más o menos robusta, inteligente, con un don nato de liderazgo, muy
poco usual en muchachos de su edad. Pasó su infancia estudiando en una de las
dos únicas escuelas de primaria (de la cual, por cierto, su papá era el
Director) y luego, como la mayoría de los jóvenes, tuvo que salir del pueblo
para poder continuar sus estudios, esto, debido a que la educación media en esa
región era escasa o en algunos casos, inexistente.
Al regresar a su pueblo natal después de
haber obtenido el título de Bachiller en Ciencias y Letras, se encontró con sus
amigos de la infancia, quienes lo pusieron al tanto de todo lo que había
pasado. A Marieta, la bonita de la escuela, la mandaron a vivir a la Capital
porque era bastante enamorada… resultó que era novia de dos hermanos y de un
primo de ellos al mismo tiempo. Rolando y Oswaldo, ya no vivían más en
Sumpango: Se marcharon con su papá a la Capital también para mejorar su
condición de vida. A René, le compraron una bicicleta y por este hecho, se convirtió
en el niño más popular del pueblo. Beto estaba en cama por una infección que le
provocó un machetazo que recibió del guardián de un sembradío por robarse un
ciento de aguacates y “Chano”, el niño extraño de la escuela, desde la muerte
de su madre se convirtió en mendicante y deambula en las calles en un estado de
locura permanente.
Todos estos sucesos no dejaron de inquietar
a Santiago pues eran situaciones que afectaban a personas que él conoció
durante casi toda vida y que eran ya parte de su familia. Pero lo que en
realidad lo puso sobre ascuas, fue enterarse de que todos los habitantes de su
comunidad no podían salir a la calle después de las ocho de la noche porque
corrían un grave peligro; no podían asomarse por la ventana porque eso
implicaba correr el riesgo de ser “ganados” por un ente maléfico y tenebroso
que recorría todas las noches las calles del pueblo montado en un caballo de
tamaño ejemplar. Las personas decían que cada vez que pasaba cerca, se sentía
un olor azufrado; el aire corría más fuerte y más frío; los perros ladraban y
los gallos cantaban. Era una representación diabólica que venía a robarse las
almas de todo aquel que se interpusiera en su camino y que nunca podía ser
atrapado.
Este fenómeno sobrenatural era un tanto
fantasioso para Santiago, quien toda su vida había buscado una razón lógica
para cada uno de los hechos que había experimentado en su corta vida. Era una
manifestación inexplicable y muy extraña como para que pudiera ser cierta.
Decidió pues, aventurarse a investigar el fenómeno.
Comenzó a indagar a través de sus amigos de
la infancia y todos coincidieron en lo mismo: Era un personaje decapitado
vestido de negro, que montaba un caballo negro y que recorría las calles del
pueblo con su propia cabeza en una mano y con una hoz enorme en la otra. Venía
de ultratumba a reclamar almas inocentes y a causar estragos en el ganado y las
cosechas.
Estas revelaciones no satisficieron la
curiosidad de Santiago y se avocó con el cura del pueblo, quien le explicó que
estas almas en pena, son espíritus de personas que en vida no fueron del todo
buenas y que están pagando por algunos pecados graves que cometieron. Le contó
la historia que circulaba dentro del pueblo. El jinete sin cabeza era el
espíritu de uno de los soldados españoles que acompañaron a Don Pedro de
Alvarado durante la conquista de Guatemala. Este gendarme, miembro de la tropa
conquistadora, traicionó los ideales de los conquistadores creando un nuevo
escuadrón de rebeldes al cual él dirigió por mucho tiempo. Al pasar de los
años, este personaje se convirtió en una persona demasiado ambiciosa y cometió
muchos crímenes horrendos en contra de los nativos de nuestras tierras. Por
estas atrocidades, fue atrapado, encarcelado, juzgado y castigado por las
autoridades españolas. Fue condenado a ser decapitado frente a todos los
nativos para que éstos no tomaran represalias en contra de las tropas
españolas. Lo condujeron hacia la plaza central de la población y la condena
fue consumada: Le cortaron la cabeza frente a todas las personas que se
acercaron a observar la punición. Fue tal la humillación que mientras el
verdugo iniciaba la decapitación, juró que iba a vengarse de todos y cada uno
de los presentes hasta que no quedara nadie con vida.
Según la historia que el cura le contó a
Santiago, el alma de ese soldado español recorría las calles de su pueblo, en
busca de los descendientes de las personas que observaron su castigo para
cortarles la cabeza, reclamar sus almas y así descansar en paz.
Esto no provocó sosiego alguno en el muchacho;
al contrario, se empecinó más en averiguar toda la verdad que circulaba
alrededor del infernal espectro. Decidió esperar una noche a que el fantasma
del jinete sin cabeza se apareciera frente a sus ojos y así sucedió.
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