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egún la tradición oral, los primeros
ganaderos del pueblo llegados del oriente de Guatemala, le dieron este nombre
por su configuración, o sea, por su forma de campana. Las vacas que se
internaban en este cerro enloquecían, por eso, ningún vaquero se atrevía ir por
ellas, de modo que, tenían que esperar a que solas retornaran. Cuenta la
leyenda que a las doce del mediodía y de la noche, se oía el fuerte y sonoro
repicar de una vieja campana.
Ya muy pocos la escuchan porque unos
ganaderos le suplicaron a un religioso para que fuera a rezar al lugar, allá
por los años distantes de 1910.En 1909, un vaquero, oriundo de Conetas, Chiapas,
que había llegado a residir al pueblo legendario de Santa Ana Huista, quiso
demostrar su valentía poniendo oídos sordos a los consejos, y un día se internó
al cerro a arrearlas. Pasaron horas y no salía. Las vacas que habían internado
salieron, más no él. Según las consejas de algunos ancianos del pueblo, el
Dueño del Cerro las utilizaba para asustar a la gente. El vaquero que le
acompañaba se alarmó y comenzaba a llamarle a gritos, con una voz de inmensa
desesperación. El acompañante se atemorizaba de su mismo eco, ya que en ese
entonces las montañas eran más frondosas. Estaba ya a punto de ir a avisar
sobre lo acontecido, cuando al fin salió el desaparecido. Enmudecido. Sin
pronunciar un solo acento. Borracho. Sumamente pálido.
Con la mirada extraña. Con un
semblante aterrorizado. Poco tiempo tardó en pie y como árbol caduco, cayó
sobre la verde grama. Su compañero no osaba tocarle para auxiliarlo. Sin ningún
contacto físico, le llamaba por su nombre. Transcurrieron unos minutos,
eternidad para el acompañante. El vaquero, por fin volvió en sí, y miraba
fijamente a su acompañante, señalándole y diciéndole: -¿Eres el Cachudo? Si lo
eres, te voy a cortar la cabeza con mi machete. Según la leyenda, en el cuerpo
del interrogado se deslizaba un miedo inusitado y tan solo respondía un no con
la cabeza, pues las palabras no querían hacerse escuchar, por el mismo miedo.
Poco tiempo tardó el hechizo del cerro y ambos retornaron a una tranquilidad
incompleta.
El vaquero, con voz entrecortada le
dijo: “Cuando entré con soga en mano a arrear las vacas, sentí un ambiente
extraño, cuando se me apareció un hombre feo que más parecía cabro, entendí que
era el Diablo. Todo mi cuerpo se puso helado y ya no me podía mover nada. Me
quedé como palo y solo pude oír cuando me dijo que para entrar a los cerros
tenía que pedir permiso. Me regañó, y después desapareció. Entonces, comencé a
buscar el camino y no lo encontraba: estaba perdido porque no miraba bien, y a
como pude, salí”.Narra la leyenda que a partir de ese día, ya nadie se atrevió
a internarse en ese cerro.
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