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uando se habla de fenómenos paranormales, como apariciones y
movimientos extraños de objetos, siempre giran alrededor de ellos infinidad de
relatos. El edificio de la Corte Suprema de Justicia, en la zona 1, ha
albergado historias de fantasmas desde su inauguración en 1974. El abogado
Donaldo García Peláez, ex secretario de la Corte, recuerda que en 1983, el entonces
Presidente debía resolver un amparo presentado por la defensa de seis reos que
serían fusilados. El magistrado estaba en su escritorio, alrededor de las 11:00
de la noche, cuando salieron disparados los expedientes hacia arriba y un bulto
oscuro caminó de su oficina hacia las gradas. “Yo entré y lo vi muy asustado,
pero en las escaleras no había nada”, cuenta García. “El conserje que vivía en
el edificio, las secretarias que trabajaban hasta tarde, todos contaban que en
la noche oían máquinas de escribir y veían sombras. Lo atribuían a que en ese
lugar existió la Penitenciaría Central de Guatemala”. “¿Hubo testigos?”, es la
primera pregunta que se hace Enrique Campang, psicólogo y catedrático
universitario, ante estos fenómenos. Él considera que también debe analizarse
el caso para evaluar si la persona sufre de esquizofrenia o alucinaciones. “Hay
personas que no pueden decir lo que quieren o desean desviar un sentimiento de
culpa, y entonces lo somatizan, inventando historias”, explica. “Además, el ser
humano es muy sugestionable y fácilmente da por sentada información no
confirmada”. En la experiencia de Edwin Fajardo, un sacerdote católico con
estudios en exorcismo, muchos fenómenos de este tipo encuentran respuesta en la
Psicología. Pero una vez descartado un problema psíquico, puede llegarse a la
conclusión de que no hay una explicación científica, indica. El religioso
expone que las personas tienen diferentes grados de sensibilidad, y hay quienes
perciben la energía de gente que ha estado viva. En sus 12 años de ministerio,
el sacerdote se ha topado con cinco casos de fenómenos paranormales, entre
ellos el de una joven que fue “poseída” por un “ente” que llegó a golpearla
mientras dormía. En la Iglesia católica existe la Asociación Mundial de Exorcistas,
cuya sede está en Roma. Fernando Max Kiehnle Gutiérrez es un laico guatemalteco
que, al margen de su actividad como fabricante de calzado, acompaña a los
sacerdotes exorcistas mexicanos en estos casos. Explica que en el catolicismo
(apostólico y romano) se reconocen tres tipos de manifestación del demonio: el
circundatio (cuando asedia a la persona a través de sensaciones, como olores y
náuseas, o se mueven cosas frente a ella), la influencia (está adentro de la
persona sin poseerla, le provoca obsesiones, daños físicos y hasta
enfermedades) y la posesión (la minoría de los casos, cuando maneja la voluntad
de la persona). Y también existe la infestación demoníaca de un lugar en donde
se han realizado ritos esotéricos o satánicos. Para cada caso, dice Kiehnle, la
Iglesia ha establecido un procedimiento. Pero en general, en todos se requiere
que la persona aumente su vida espiritual, que se bendiga el lugar, que se rece
el rosario y se lea la Biblia. Y si lo amerita, hacer una oración de liberación
o un exorcismo. Con diferentes términos, la Iglesia evangélica también reconoce
este tipo de fenómenos. Edgar Menéndez, pastor, teólogo y catedrático, señala
que entre los evangélicos le llaman demonio a todo lo que atenta contra el ser
humano y que existen las influencias y las posesiones demoníacas. En vez de
exorcismo, el procedimiento se llama liberación. “Reconocemos que así como hay
bien, hay mal, y que se manifiesta de diferentes formas”, agrega. “Nuestra
experiencia nos dice que las raíces de estos fenómenos, generalmente, se
encuentran en las prácticas ocultas por parte de la persona que los padece o de
un miembro de su familia. Visitar centros espiritistas, jugar ouija, leer las
cartas, practicar ritos satánicos, todo esto abre puertas. Pero así como los alcohólicos
deben reconocer su problema y buscar ayuda, a las personas que viven estas
experiencias no se les puede ayudar si no lo desean”.
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